¿Quiere prepararse para servir al Señor?

lunes, 31 de marzo de 2008

¿Qué dice la Biblia sobre el divorcio?


Es necesario que sepamos o recordemos que en lo tiempos de Cristo se debatía este asunto a tal extremo que los judíos estaban divididos en cuanto a opinión: una creían que el hombre podía apelar a cualquier causa para despedir a su mujer, y otros que solamente se podía despedir a la mujer por los motivos morales que la Ley de Moisés estipulaba: adulterio, infidelidad antes del matrimonio, cuestiones indecentes comprobadas, etc. Cada bando estaba representado por dos figuras..., grandes maestros de la época: el rabino Hillel y el rabino Shammai. Shammai interpretaba que “cualquier causa” que tomara como base el hombre era suficiente para despedirla. Por ejemplo, si a un hombre no le agradaba cómo cocinaba su esposa, podía despedirla. Hillel, más conservador, se apoyaba en hechos morales para la concesión del divorcio y la carta de libertad. Sin embargo, los dos estaban claros en que la Ley de Moisés daba libertad para nuevas nupcias.
Es imposible dar una opinión sobre este tema, que satisfaga a todas las partes. El debate sobre el divorcio y el nuevo matrimonio no es una novedad de nuestra época. Desde los tiempos primitivos, incluyendo la época de Moisés, ya se venía discutiendo y considerando el hecho del divorcio y el derecho que daba este de volverse a casar. En los tiempos de Jesucristo, y todavía bajo el régimen de la ley, los fariseos confrontaron a Cristo para que él diera su opinión al respect,o y la Iglesia primitiva se vio también enfrentada a cuestiones de este tipo.

Durante la época de los Padres de la Iglesia, especialmente a partir del siglo II, se establecieron debates sobre este tema, por la cantidad de casos que confrontó la Iglesia en ese tiempo, y podemos decir que esta ha sido la situación constante hasta nuestros días.



Libros enteros se han escrito: unos a favor, otros en contra. Por esta razón, tratar de opinar a la ligera sobre este tema es peligroso, y no podemos, como siervos de Dios, dar respuestas improvisadas en tiempos limitados pues, con esta actitud, más que mostrar un determinado conocimiento al respecto (que suele ser aparente), lo que refleja es un alto grado de irresponsabilidad, ya que con una opinión desatinada y fuera de contexto, podemos dañar.

Ya que se me ha pedido que dé mi opinión al respecto, quiero decir, primeramente, que no soy erudito en este tema. Solo quiero hacer saber que, necesariamente, tuve que estudiar sobre el mismo, en Cuba, ya que nuestros directivos nacionales de la organización a la cual pertenezco, me hicieron parte de la comisión que estudiaría el caso, y tuve necesariamente que introducirme en la investigación del tema. He leído también libros y tratados que como siempre se muestran, bien a favor bien en contra.

Ahora bien, para tratar de dar una solución a nuestra problemática. tenemos que tener en cuenta algunos aspectos y ellos son: 1o. El contexto circunstancial; 2o. El contexto cultural; 3ro. El contexto teológico temporal; y, en definitiva, en 4to. lugar, el contexto bíblico. Trataremos de explicar todo esto a continuación.

Cuando decimos “contexto circunstancial”, nos referiremos a los momentos históricos, justo cuando Dios habló sobre este tema. Dentro de esto, habría que determinar el desarrollo bíblico histórico de esta doctrina. Comenzando en el Jardín del Edén, donde se muestra el ideal primitivo de matrimonio y en circunstancias de impecabilidad humana, siguiendo por el proceso posterior a la caída del hombre y su expulsión del Edén, prosiguiendo con la costumbre patriarcal; después, la época de la Ley de Moisés, y, finalmente la Iglesia hasta nuestros días.

Cuando nos referimos al "contexto cultural", tendríamos necesariamente que atenernos a las costumbres de los pueblos, costumbres a las cuales Dios, circunstancialmente se adaptaba, pasando por alto algunas prácticas, hasta el momento de una revelación más amplia de su voluntad, tales como la poligamia, esclavitud, control sobre la hija casadera, etc.

Cuando mencionamos "contexto teológico temporal", nos referimos a la los conceptos teológicos declarados por la Iglesia en las diferentes épocas y lugares.

Y cuando nos referimos al "contexto bíblico", se hace necesario aplicar algunas reglas de interpretación o hermenéutica, para logra una comprensión mejor del texto.

Como el tiempo es limitado, apelaremos a las premisas anteriores, en lo que esté a nuestro alcance, para considerar el matrimonio, tal y como Dios lo diseñó en el Edén.

En Génesis 2:8 nos dice: “Y Jehová plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado”, en el v. 21 al 24 dice: “Entonces Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre: Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne, ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada. Por lo tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. En el cap. 3 se nos narra el ambiente sumamente perfecto dentro del cual se desarrolló la primera etapa de la vida matrimonial de ellos: en primer lugar, comunión cara a cara con Dios, conversación verbal con Dios, la bendición de Dios y la gloria de Dios en el medio. Todas las condiciones fueron dadas para conservar intacto el formato e ideal del matrimonio primitivo ya que el pecado no se había introducido todavía.

Lamentablemente, nuestros primeros padres cayeron de la gracia, el pecado alteró las relaciones con Dios, fueron expulsados del jardín del Edén, los privilegios y posibilidades fueron reducidas y el hombre, desprotegido de la gloria primitiva, comenzó a luchar con los efectos del pecado en su propia carne.

En las nuevas situaciones, Dios tuvo que ajustarse, circunstancialmente a condiciones únicas y nuevas: por ejemplo, la permisión del matrimonio entre parientes cercanos: hermanos con hermanas, entre primos y en ocasiones tíos y sobrinas, etc.

Hasta el tiempo de la Ley, donde se regula y controla la ley del matrimonio y divorcio, la Biblia lo único que hace es narrar costumbres. Dentro de esas costumbres, notamos la poligamia, práctica esta realizada desde muy temprano en la historia del hombre (Gén. 4:23), practicada por los mismos patriarcas, practicada dentro del marco de la ley, por reyes y el pueblo en general, y anulada por Cristo y los Apóstoles dentro de la Iglesia donde se establece que “cada hombre tenga su mujer y cada mujer tenga su marido” (1 Cor. 7:2); también tenemos las leyes sobre la esclavitud, las que a través del tiempo han sido anuladas, y otras más.

El divorcio o repudio fue practicado por los patriarcas, y durante el tiempo de la ley como algo normal, y como un mal inevitable. Es, precisamente, dentro de este contexto que se proveen las primeras reglamentaciones al respecto. La primera reglamentación en la Biblia sobre el divorcio y nuevo matrimonio lo encontramos en Deuteronomio 24:1-4: “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, sino le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre, pero si la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o se hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer, no podrá el primer marido que la derspidió, volverla a tomar, para que sea su mujer, después que fué envilecida, poque es abominación a Jehová”.



Haciendo un análisis de este primer pasaje notamos lo siguiente:


1º. Se establece una causa justificada para el divorcio: “El encontrar cosa indecente en la mujer. ¿Qué se entiende por “cosa indecente”?


Primero: Infidelidad pre-matrimonial no confesada (Núm. 5:11) Cuando un hombre se casaba y descubría que la mujer no era virgen y lo podía comprobar, el hombre inocente quedaba libre y ella era apedreada por haber hecho vileza en el pueblo.


Segundo: Infidelidad post-matrimonial. Cuando un hombre descubría que la esposa le había sido infiel (Deut. 22:1321). El hombre quedaba libre, y la mujer era apedreada. Dentro de las cosas indecentes se podía apelar a huellas corporales de ultraje, etc.

2º. Para aliviar la carga de culpabilidad de la mujer y como un acto de misericordia para librarla de la muerte, se le daba carta de divorcio. En esta forma, ella quedaba libre para casarse con quien pudiera. Este principio de divorcio y libertad permaneció hasta los tiempos de Jesús. José, como era justo, iba a repudiar a María en secreto, sobre el supuesto de que ella le había sido infiel, en lugar de pedir la aplicación de la pena de apedreamiento. En otras palabras, en los tiempos de Jesús, se contemplaban las dos prácticas relativas a la supuesta o no infidelidad de la mujer: el apedreamiento (recordar a la mujer adúltera), por un lado; por otro, la concesión de la carta de divorcio y la libertad para casarse nuevamente, tanto la parte inocente como la culpable.

3º. Prohibición de ser retomada por su ex-marido que la repudió. La carta de divorcio disolvía y cortaba definitivamente el matrimonio y le daba libertad al inocente, para casarse nuevamente. Esto era aplicable también para el sacerdote a quien se le prohibía tomar la mujer repudiada. El acto de volver a tomar a la esposa repudiada era un acto abominable delante de la presencia de Dios.

En el Libro de Esdras se da un caso de divorcio masivo. Todo israelita que se había casado con una mujer extrajera (inconversa), incluyendo los sacerdotes, tuvieron que repudiar y echar a sus mujeres.(Esdra 10). En el versículo 15 se revela que hubo quienes estaban en contra de tal medida, pero de todas formas se llevó a efecto la limpieza. El mismo Dios reconoce tal práctica, y apela a ella para enseñar a su pueblo, que en lo espiritual ellos habían fornicado pero que, a pesar de eso, él los recibiría si se volvían a él. Nos muestra, con esto, un amor que excede al humano y a todo entendimiento (Jer. 3:1).

En el A. T.,  el matrimonio se veía y se tenía como un pacto entre el hombre y la mujer. Dios, a través del profeta Malaquías, para declararles las causas del castigo que vendría sobre ellos, dice: “Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y el que cubre su vestido de iniquidad, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu no seais desleales” (Malaq. 2:14-16).

Desde el punto de vista del matrimonio como un pacto hecho entre las dos partes comprometidas, la Biblia nos muestra que, con la ruptura o violación del pacto por una de las dos partes, ese pacto quedaba invalidado, por lo cual la parte afectada no estaba sujeta a las estipulaciones incluidas en ese pacto (Jer. 3:8; Isa. 50:1). Un ejemplo vivo de esto lo tenemos en el caso del pueblo de Israel cuya restauración no se produce sobre las bases del pacto mosaico, violado por ellos, sino sobre las bases de la promesa hecha por Dios con Abraham. En la actualidad, no solo Israel, sino que todos los hombres estamos sujetos a un nuevo Pacto, el de gracia, ya que el antiguo pacto fue abolido o abrogado a causa de su violación por parte del hombre (Véase 2 Cor. 3:13; Efe. 2:14-15; Heb. 1:18, etc.)



Cuando llegamos al Nuevo Testamento, notamos que las condiciones socioculturales no habían cambiado en cuanto a la actitud hacia el matrimonio y divorcio. Todavía se practicaba la poligamia (aunque en forma ya muy reducida), todavía existía el divorcio y carta de divorcio estipulada por la Ley de Moisés, así como la libertad de las partes para contraer nuevas nupcias. Como es natural, Jesucristo no estaba ajeno a la situación, sino que estaba consciente de los abusos y excesos y, como maestro, no estaba excluido de emitir su opinión.


En el capítulo 19 de Mateo, Jesús es interpelado por sus discípulos con una pregunta que reflejaba toda una preocupación general, y lo que se constituía en el punto de debate de la época: el divorcio y nuevo matrimonio. Si usted lee detenidamente se dará cuenta de que, en el versículo 3, los discípulos le hacen una pregunta puntual: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”  Fíjese que el asunto central es “por cualquier causa”, ya que ellos sabían perfectamente que la Ley de Moisés estipulaba el divorcio y la carta de divorcio con todos las libertades que ella implicaba. ¿Por qué ellos hacen énfasis en la frase “por cualquier causa”?


Cuando Cristo va a responder, apela a la condición edénica y les recuerda que la condición de divorcio no era el formato original ni el ideal divino para el hombre. El objetivo original era el matrimonio de unión permanente y por esa causa se dijo: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos será una sola carne, así que ya no son dos, sino una sola carne, por tanto lo que Dios unió, no lo separe el hombre”

Pero Cristo reconoció que ese ideal solo se adaptaba a las condiciones especiales del Edén, que el pecado que trajo la dureza de corazón del hombre cambió completamente el panorama, que este tiempo de dureza, lamentablemente, trajo por consecuencia la relajación del matrimonio a causa del pecado y que, aunque la aspiraciones de Dios seguían (y siguen) en pie, sin embargo no siempre era posible concretarlas. Por esta razón, al dar su opinión, se inclinó a la posición de Hillel y admitió, como causa del divorcio, la fornicación y el adulterio. Él dijo: “Y yo os digo que cualquIera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, comete adulterio, y el que se casa con la repudiada, adultera”.

En primer lugar, no cabe dudas de que Cristo admite el divorcio por cualquier tipo de aberración sexual (este es el significado de la palabra original en el griego: porneia o pornografía), tanto en el hombre como en la mujer. La libertad quedaba implícita en la carta de divorcio (y él no alteró en nada la costumbre de aquel tiempo), como en las mismas palabras de Jesús cuando dijo; “salvo por causa de fornicación” La fornicación era la salvedad, tanto para el divorcio como para el nuevo matrimonio.

Jesús entendía perfectamente bien que el pecado sexual rompía el formato de Dios y se apartaba del ideal divino, por lo que lo único que podría armarlo de nuevo (dentro del nuevo orden que él vino a implantar) sería el perdón de la parte ofendida y la disposición de ambas partes a recomenzar (lo cual está dentro de los principios cristianos), pero si no había posibilidades, por la renuencia de una de las partes o las características aberrantes que envolvían al hecho delictivo, el matrimonio podía seguir disuelto por el pecado cometido y la carta de divorcio solo sería el aspecto legal de una disolución que ya había sido efectuada por el mismo pecado.



El perdón por la ofensa y al ofensor es necesario de parte del ofendido para liberarlo de resentimientos y raíces de amarguras, pero no implica, necesariamente la obligación de volver con el ofensor, aunque sería loable, si fuera capaz.

Dentro de la Iglesia de los corintios, como podía ocurrir en cualquier comunidad griega, se debatía sobre la situación y posición de las personas con diferentes tipos de problemas matrimoniales. Nada más ni nada menos como nos ocurre en la actualidad. Pablo da solución a dos casos más comunes:



1º. 1 Corintios 7:10-11, cuando se trataba de una separación en la que no mediaba adulterio o fornicación, y en la que la parte que se sentía afectada tomaba la decisión del divorcio. En este caso se le aconsejaba y mandaba lo siguiente: “La mujer no se separe del marido, y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido, y que el marido no abandone a su esposa”.

¿Qué es lo que Pablo nos enseña en este primer caso? Que los problemas de carácter dentro de los creyentes, que derivan en conflictos, son solucionables en el amor de Cristo y no son causa de divorcio. El consejo iba encaminado a mujeres que tenían esposos inconversos y que confrontaban hechos de violencia, tal y como ocurre actualmente: maridos  golpeadores, viciosos; palizas que van y vienen, lesiones corporales; abuso psicológico y físico tanto para la esposa como para los hijos. En ocasiones sus excesos provocaban (y aún provocan) la muerte de la esposa o los hijos también. Aunque PABLO, de hecho, admitía la posibilidad de la separación, sin embargo, no daba autorización para un nuevo matrimonio, ya que no había adulterio por medio.

2º. 1 Corintios 7: 12-15: si un marido incrédulo, se disponía a divorciarse de su esposa creyente, después de agotar ésta, todos los recursos para que no fuera sí (vs. 12-15), Pablo declara sin dilación: “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” .

La frase clave aquí es “no está sujeto a servidumbre”. O sea, que los vínculos que lo ligaban a la persona que se fue, fueron disueltos, fueron rotas las cadenas de servidumbre, no está sujeta o sujeto a una autoridad que renunció a su ejercicio. Era el mismo caso del esclavo que quedaba en libertad, recuperaba su decisión poropia, y ya no había nada que lo uniera a su amo. Igualmente, la tenía libertad de acción para ejercer todos los derechos de persona libre. En esta libertad de la que hablamos en relación con el divorcio, está incluida la de casarse nuevamente, ya que así lo entendían ellos, y no hay ningún argumento que indique lo contrario.

Algunos apelan a Rom. 7:2-3, para abogar contra el divorcio ya que “la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras que este vive... así que si en vida del marido se uniere a otro varón será llamada adúltera, pero si el marido muriere, queda libre de la ley del marido” Rom. 7:2-3. (véase hasta el v. 6).

Cuando analizamos el pasaje completo, nos damos cuenta que Pablo no está abordando el problema matrimonial, sino que toma como ejemplo el matrimonio perfecto o normal, para establecer nuestras relaciones con la Ley mosaica antes de ser convertidos a Cristo. Cuando nos convertimos a Cristo, morimos espiritualmente con él, a la Ley,  se rompen los lazos que nos unían o ataban a la misma ley que nos ataba. Somos, entonces, “verdaderamente libres” en Cristo Jesús. De esa misma manera, cuando el marido muere, la mujer es verdaderamente libre y está en capacidad para casarse de nuevo. Pero también queda libre la hermana o hermano “que no está sujeto a servidumbre” cuando su cónyuge lo desprecia, abandona, y rompe los vínculos matrimoniales y se va con otra persona.



3°. 1 Corintios 7: 17-20. Aquí trata de las personas que se convirtieron al evangelio, estando ya recasadas. En tal caso, Pablo declara: “Cada uno, en el estado en que fue llamado así se quede “¿Estás ligado a mujer? NO procures soltarte, ¿estas libre de mujer? No procures casarte. Más también si te casas, no pecas...”


Yo pregunto, ¿por qué queremos complicar y sofisticar tanto algo, que al fin y al cabo, se menciona en la Biblia directamente tres veces, y dos o tres más indirectamente?


Es bueno llamar la atención hacia Pablo que, para resolver los problemas de su tiempo nunca aludió a las Palabras de Jesús, las cuales estaban contextualizadas dentro de la mentalidad judía. Para las situaciones difíciles que se les presentaban, el apóstol Pablo daba orientaciones acordes con la situación, cultura e idiosincrasia de su tiempo y lugar. La prueba está en sus orientaciones y consejos para los matrimonios, para los esclavos y amos, a los padres cuyas hijas no podían decidir su matrimonio: prácticas que dentro de nosotros ya no tienen sentido. Para los problemas de la Iglesia, Dios, el Señor, ha delegado hoy autoridad apostólica para resolver los casos que se presentan y que no están contemplados en la Biblia, y no hay que temer el ejercicio de esa autoridad.

La Iglesia, en estos tiempos, vive en una cultura muy diferente a la de aquellos tiempos. Los problemas del matrimonio se agudizan. Son más y más casos de matrimonios recasados o casados en segundas nupcias que vienen a la Iglesi. Tal y como los encontró el Señor, se convierten al evangelio, aman a Dios, el Señor los bautiza con su Espíritu Santo, y necesitan encontrar en la Iglesia su lugar. Muchos de ellos tienen una vocación de servicio enorme, y es una responsabilidad de parte de la Iglesia en no convertirse en una jueza condenadora y sí en un centro de restauración espiritual. Dios espera que la Iglesia haga algo por ellos y no sean discriminados, no sea, que mientras se oye la voz de Dios diciéndoles a ellos: “Ni yo te condeno, vete y no peques más”, se oiga la voz del Señor diciéndonos a nosotros: “Hipócritas fariseos, que imponéis cargas sobre los hombres que no pueden llevar y vosotros ni con un dedo las tocan”.



Toca a cada Iglesia local analizar cada caso, sin prejuicios, y dar la solución que el Espíritu de Dios les ilumine para edificación y ayuda.


Para una ampliación de conocimientos sobre este tema, recomendamos la lectura de los siguientes artículos:


De César Vidal Manzanares, en El Protestante Digital:


1. ¿Hubo divorcio en el cristianismo primitivo? (Parte 1)
2. ¿Hubo divorcio en el cristianismo primitivo? (Parte 2)
3. Divorcio y cristianismo primitivo (Parte 3)
4. Divorcio y cristianismo primitivo (Parte 4)


Llanes, Luis E. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, República Argentina. Editado por EDICI: Rancho Cucamonga, California, EE.UU.

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Las preguntas y respuestas que aparecen en este blog, han sido formuladas al pastor Llanes, en sus programas radiales y en conferencias que él ha efectuado a lo largo de su ministerio. No pretenden ser taxativas, ni exclusivas.

Recuerde que la Verdad es Jesucristo y la encontramos revelada en Su Palabra. Usted tiene la obligación, como cristiano, de "examinarlo todo y retener lo bueno".

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Luz y Verdad es un ministerio transdenominacional de enseñanza bíblica y teológica, dirigido particularmente a las iglesias locales, con el objetivo de edificar a sus miembros y preparar a sus líderes.

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